En su día, Pradillo fue calificado como “salvaje irredento” en atención a su capacidad para interpretar algunos temas del arte occidental desde una peculiar perspectiva irónica, que, de algún modo, discurría en paralelo a los principios combativos de los dadaístas (Un éxtasis para G.L. Bernini, 1980; Almuerzo sobre la hierba, 1983; Marat asesinado, 1985).
Muy pronto, el objeto cotidiano descontextualizado, junto a los detritos del propio artista, comenzarán a ser los ingredientes para componer tesoros íntimos que se presentarán como venerables reliquias en estuches de cartón (Relicario; y Reliquias II, 1985), o para construir cajas que, pese a su forma hermética, superan el encorsetamiento del surrealismo onírico más primitivo (Gran Hotel o Caja de Música, 1984).